Palacio Real: Historia
En su inauguración en el siglo XVIII, el palacio concitó todas las miradas en Europa, alzándose hoy en día como uno de los principales hitos arquitectónicos del barroco. El anterior Castillo de las Tres Coronas fue devorado por las llamas en mayo de 1697. El fuego se inició en el ático, sobre el Salón del Reino, y nunca acabó de esclarecerse su causa.
«Es un palacio hermoso, me dije al verlo esta vez. Lo diseñó el famoso arquitecto Tessin en el siglo XVII y no se parece a ningún palacio de las otras capitales que he visitado como turista. Son en particular bellas las proporciones de las salas, sus medidas arquitectónicas de intención artística, es decir, longitud, anchura y altura. Gracias a su proporcionalidad, las grandes estancias y salones no se antojan tan inabarcables ni altos como en la mayoría de los palacios, siempre tan oficialmente tediosos. En el palacio de Estocolmo, las dimensiones de sus salas dotan a estas de una apariencia acogedora y cálida».
De este modo describía en su diario una enviada extranjera en Suecia, Alexandra Kollontaj, su primer encuentro con el Palacio Real de Estocolmo. Ya en su estreno llamó la atención de toda Europa, convirtiéndose en uno de los hitos de la arquitectura barroca del continente. Su historia se remonta mucho tiempo atrás. ¿Pero cuánto?
Proteger la cuna de los suiones
Hay quienes afirman que el Palacio Real de Estocolmo es el complejo palaciego más antiguo de Europa todavía usado como residencia oficial por un monarca, aunque ello depende, por supuesto, de cómo se considere. Durante la prehistoria, el lago Mälaren era una bahía del Báltico con innumerables estrechos que desembocaban en el mar. Con la bajada del nivel de este, dichos estrechos se volvieron intransitables y, al término de la época vikinga, solo quedaba dos accesos desde el Mälaren: Norrström y Söderström. Ello significaba que adueñándose de la salida del Mälaren se controlaba también el valle de este lago, es decir, la cuna del reino de los suiones. Por tanto, resultaba perentorio proteger el acceso al Mälaren, que constituía igualmente un lugar estratégico para el cobro de aranceles a las embarcaciones.
Hallazgos a partir del siglo X
En el emplazamiento donde hoy se levanta el Palacio Real de Estocolmo se construyó en época temprana una fortaleza. En las excavaciones arqueológicas realizadas entre 1978 y 1980 en la isleta de Helgeandsholmen se encontraron restos de estructuras de madera muy antiguas, concretamente, de finales del siglo X. Ahora bien, resulta difícil discernir la función que desempeñaban dichas construcciones. Hay quienes derivan de estos hallazgos la existencia de un fortín en Helgeandsholmen ya a finales del siglo X, mientras que los expertos más cautos sostienen que solo se trataba de barreras de pilotes ubicadas en la travesía entre Saltsjön y el lago Mälaren. Dichas barreras pueden haber estado custodiadas, pero la cuestión es si existía una guarnición militar o si se trataba únicamente de un vigía. No obstante, es posible que ya en el siglo X se hubiera instalado aquí un sencillo bastión en forma de fortificación de madera, que posteriormente iría evolucionando con el paso de los siglos.
El surgimiento de una fortaleza
La evidencia más antigua de la presencia de una fortaleza la ofrece una carta de Birger Jarl y de su hijo Valdemar datada en 1252. En el siglo XIV el complejo se componía del baluarte (la fortificación en sí más la residencia nobiliaria) y el gran antefortín situado hacia el norte. La parte más antigua de esta estructura era la torre principal. La fortaleza fue sitiada en diferentes ocasiones entre los siglos XIV y XVI. El sitio tal vez más conocido al que se sometió tanto la fortaleza como la ciudad fue el protagonizado en marzo de 1520 por el rey danés Cristián II («el Tirano» en su acepción sueca). Con la llegada del otoño, Kristina Gyllenstierna, viuda de Sten Sture el Viejo, entregó la fortaleza a los daneses, tras lo que los nobles, obispos y burgueses seguidores de este último fueron condenados a muerte y ejecutados en Stortorget, en lo que se conoce como la Matanza de Estocolmo.
Refuerzo de las defensas
Durante el mandato de Gustavo Vasa se produce el surgimiento de Suecia como estado nacional moderno, pasando a ser la fortaleza de Estocolmo una de las residencias del rey. Se procede entonces a la ampliación del bastión con fines principalmente defensivos, lo que resulta en su reforzamiento. Se construyen, entre otros, murallas capaces de resistir el fuego de la artillería y «fosos secos» en los laterales sur y oeste con el fin de dificultar los asaltos. Se añaden varias plantas a la torre principal y se arma esta con cañones. Durante un largo período, esta fortaleza se alzará como la instalación defensiva más inexpugnable del área del Báltico. Más tarde, en el reinado de Juan III, la fortaleza será transformada en un magnifico castillo renacentista con la ayuda del arquitecto Willem Boy. Es ahora que se añade una nueva planta real, una nueva iglesia palaciega y un nuevo salón del reino. La reina católica se dota de una capilla propia, se instala una cancha para el juego de la raqueta y se construye una nueva caseta de baños, equipándose la anterior con una pileta de cobre.
Una residencia moderna durante el Imperio sueco
Con el rey Gustavo II Adolfo se establecen organismos centrales y cortes de justicia, que fueron alojados intramuros. Llegado este momento, el castillo ya había perdido su carácter defensivo y se habían trazado para él ambiciosos planes de reforma y ampliación. Por fin, la poderosa Suecia iba a contar con una residencia representativa y moderna para sus monarcas. Las grandes dificultades financieras que atravesaba el reino retrasaron considerablemente la adopción de actuaciones drásticas. Habría que esperar hasta 1690 para que Nicodemus Tessin el Joven recibiera el encargo de modernizar cuanto menos la parte norte del castillo. Se conciben ahora plantas para los reyes y la reforma integral de la iglesia palaciega, ubicada en la sección nordeste. Tessin había dedicado numerosos años a estudiar arquitectura y jardinería en el continente, concretamente en Francia, Italia e Inglaterra. Con la mediación de la reina Cristina fue acogido como alumno por Lorenzo Bernini. Quedó entonces profundamente impresionado por la estricta arquitectura barroca de Roma. En su regreso a la capital sueca tenía ya en mente una idea muy definida sobre el aspecto que debía ofrecer un palacio moderno.
El castillo en llamas
A las dos de la tarde del 7 de mayo de 1697, con las obras de acondicionamiento avanzando ya a buen ritmo, se declaró un incendio. Las minuciosas actas del proceso judicial y otros testimonios nos permiten conocer en gran medida la evolución del incendio. Sabemos, por ejemplo, que las cortesanas de la reina regente Eduvigis Leonor acababan de comer cuando apareció un espeso humo del otro lado de las ventanas y que, al abrir estas, pudieron ver el castillo en llamas. El emisario del rey de Dinamarca Bolle Luxdorph, que fue testigo de todo lo acontecido, relata que la reina viuda, «muy alterada», apenas podía mantenerse en pie presa de la indignación y el desconcierto, y que la tuvieron que bajar en volandas por las escaleras.
Caída de los cañones de la torre
El fuego se propagó rápidamente y enseguida alcanzó también la torre principal. Hay testigos que relatan el ensordecedor estruendo consecuencia del desplome de los cañones de la torre dentro de la bodega de la regente. Nunca se esclareció realmente la causa del incendio. Sabemos que el fuego se declaró en el ático de encima del Salón del Reino y que los encargados de custodiar dicho ático no se encontraban en su puesto esa aciaga tarde. El jefe de los bomberos había mandado a uno de los guardias a realizar una tarea y el otro abandonó su lugar sin permiso. Todos salieron indemnes del palacio, pero los daños materiales fueron considerables. El incendio destruyó sobre todo la parte más antigua del edificio, aunque también afectó al ala norte recientemente finalizada. Las llamas devoraron el archivo nacional y la biblioteca y, con ellos, una cantidad ingente de documentos, libros y manuscritos de gran valor.
Una rápida reconstrucción
Solo un día después del incendio, la regencia aprobó la reconstrucción completa del palacio, encomendando dicha tarea a Nicodemus Tessin el Joven. A las seis semanas de la fatalidad, Tessin ya había completado los planos del nuevo edificio y se los mostró a la reina regente. El monarca danés había comisionado también a ese mismo arquitecto el diseño del palacio real de Copenhague, lo cual molestó a Carlos XII, ansioso como estaba de que el inmueble regio estocolmés «en ningún aspecto desmereciera al danés en magnificencia».
De acuerdo a las previsiones de Tessin, el palacio sería erigido en seis años, pero al final se tardarían casi seis décadas debido a la escasez de recursos económicos. La obra permaneció parada durante muchos años y, cuando no lo estaba, progresaba a un ritmo lento. Nicodemus Tessin el Joven murió en 1728, asumiendo entonces la responsabilidad sobre el proyecto palaciego su hijo Carl Gustaf Tessin, quien, sin embargo, delegó la dirección de la obra en Carl Hårleman.
No fue hasta diciembre de 1754 que los reyes Adolfo Federico y Luisa Ulrica pudieron instalarse en lo que hoy se conoce como la Planta Bernadotte. Antes de ello, el Palacio Wrangel, en Riddarholmen, sirvió de residencia oficial de la familia real. Pese a lo prolongado del plazo de construcción, se respetaron los planos de 1697, en cualquier caso en lo que concierne al exterior. El interior se vio influido en mayor grado por las distintas modas imperantes, lo que hace que hoy convivan ornamentaciones barrocas y rococó.
Altar y trono
Las fachadas del palacio que dan a la ciudad se han mantenido prácticamente inalteradas hasta el día de hoy, cada una con su personalidad propia. Sobre la urbe se alza la fachada norte, sobria y de líneas estilizadas, acompañada de rampas dobles que ascienden hacia el portal norte. Más fastuosa es la fachada sur, diseñada a modo de arco del triunfo romano con textos laudatorios referentes a Carlos XII. Desde aquí se sube a la bóveda sur, que se extiende por toda la parte alta del edificio. Puede ascenderse también desde este punto a las dos principales estancias ceremoniales, símbolos del poder terrenal y divino: el Salón del Reino y la Iglesia de Palacio. El altar y el trono constituían los polos entre los que debía evolucionar la sociedad sueca. La parte izquierda es el lateral del Rey, con sus atributos guerreros y sus medallones de monarcas que van de Gustavo Vasa a Carlos XI. La derecha, esto es, el lateral más estilizado e informal que lo completa, orientado hacia la bahía de Saltsjön y los Jardines del Lince, le correspondía a la Reina.
El Palacio Real no fue concebido únicamente en tanto que sede del monarca sueco y su familia, sino también para albergar toda la administración central del reino. Por tanto, se acondicionaron asimismo dependencias destinadas al Gobierno y a los distintos ministerios del país. La Biblioteca Real de Suecia se aloja igualmente dentro de las murallas del palacio.
Un palacio vivo
Durante los siglos XIX y XX fueron abandonando el palacio las administraciones del Estado, el Gobierno, el Parlamento y la Biblioteca Real y, finalmente, en 1981, también lo hicieron los reyes Carlos XVI Gustavo y Silvia, que optaron por mudarse al Palacio de Drottningholm. A pesar de ello, el Palacio Real de Estocolmo sigue siendo un lugar rebosante de vida.
Continúa como residencia oficial de Carlos XVI Gustavo y se recurre a él para los actos protocolarios del jefe de Estado. Asimismo, tanto el rey como la reina mantienen en él sus respectivos despachos. Además, el complejo palaciego alberga aún la Casa Civil de Su Majestad y la Oficina del Mariscal de la Corte.
Imagen superior: Grabado del Palacio Real del artista Erik Dahlbergh incluido en el libro Suecia antiqua et hodierna. Fotografía: Biblioteca Real